MEMORIAS DE «SABORES COMPARTIDOS»

Las memorias tienen una peculiaridad importante: pueden rastrearse por su temporalidad, ubicuidad, afectividad y pertenencia. Además, estás se construyen en la compartición cotidiana, en la capacidad identitaria de los sujetos que participan dentro de un espacio y dentro de un grupo determinado; se vuelven una bocanada de experiencia vivida y sempiterna de los tiempos que tocan vivir, una huella digital que cuenta lo que a veces, por desgaste de las palabras se dificulta expresarlo desde las categorías habladas, entonces utiliza su memoria visual y remonta a los momentos afectivos más importantes que podrían vivirse en el elixir de eso que llamamos vida.
No siempre las memorias son fáciles de construir, de tanto en tanto, se escapan a lo más simple por su condición condicionante que merma un individualismo (es decir, actuar sin importar el otro, la otra) donde lo importante es la sagacidad de uno para resolver y no de uno para convivir. Son pues, los daños de un capitalismo salvaje y su capacidad de destrucción del tejido social tan importante en la participación colectiva y la formación de propuestas sociales que fracturan las situaciones sociales que atosigan a cada comunidad.
Nuestro evento pretendía enarbolar esa capacidad de la comunidad de crear su propia historia, de tomarla por asalto y construir un paraíso donde se ha negado a pensar, debatir, pensar, reflexionar, amar. Una memoria que trascienda los tiempos, los límites de la imaginación y de lo terrenal, que cuente lo que los ojos no podrán y diga lo que las voces habrán de callar. Una memoria que sitúe una territorialidad digna, en rebeldía contra la injusticia y en pie de lucha contra el olvido constante sea por intereses propios, por protección de unos cuantos o como simple ejercicio mental de quien para la memoria solo sirve como receptor más no como constructor. Son esas historias de las memorias las que nos sitúan con otras, con otros, en un estado de armonía, de trascendencia, de compartición juntas y juntos, donde se construye un sentido de comunidad, un sentido de pertenencia; capacidad única e indiscutible de la comunidad y su acto de autorreparación en tiempos donde la impunidad tiene un sello social, donde la alegría, las risas patológicamente contagiosas, los abrazos de fraternidad, los besos de bienestar y las manos que chocan dictaminan que pese a la enfermedad general de una sociedad, los pequeños hechos en las pequeñas historias siempre serán los más importantes para que una historia tenga un final feliz (o al menos muy acorde a nuestra realidad) .
Y ese acto que nace de la voluntad de convivencia, de armonía, de la razón de compartir tiempos, esa memoria que comenzaba por ser un depósito simple de ideas aisladas, esas historias que nuestras familias mantenían apartados sin que realizaran su combinación social, esa masa de memorias pudo juntarse y construir sabores, historias, vivencias, colores, formas en una melodiosa y cálida convivencia negada a perderse en el olvido por las cualidades comunitarias de las que fue editada y que solo el tiempo se encargará de guardar hasta el fin de los tiempos. Ahí, en lo más recóndito aprendimos que no solo de historias fuimos creadas, creados, sino que, al contarlas, cobraban vida fusionándose en una sola memoria colectiva plagada sí de anécdotas, pero más importante de una identidad que nos dice que de esta tierra somos y aquí, bajo el cálido tiempo, algún día, alguna vez, vivimos.
Sea pues que los tiempos que nos esperan sean el presagio de un mañana de dificultades pero que aprendimos una cosa en todo este tiempo, lo seguiremos haciendo y seguirá pasando: en cada caminar, en cada dificultad, ahora, siempre habrá un par de pies más a los lados para acompañar en nuestra larga travesía en el interior de nuestra complicada y, sin embargo, hermosa comunidad guadalupanesca.
Daniel Sixtos Cruz
Coordinador de Procesos Psicosociales
20 de noviembre de 2017
Año de la Digna Resistencia