SALIMOS JUNTOS

La solidaridad es la ternura de los pueblos.
Gioconda Belli.
Fue en marzo la última vez que nos vimos. Nos encontrábamos en el Martín-Baró. Ahí estaban algunas compañeras del GRECO (Grupo Recreativo Comunitario), se encontraban lxs compañerxs del servicio social y algunos conocidos esa última tarde de actividades. Las indicaciones habían sido sombrías: hasta nuevo aviso tendríamos que suspender toda actividad en el Centro puesto que comenzaba la escala de contagios en México. El fantasma que había recorrido China, Europa, ahora se hacía presente en nuestro país, en nuestro Estado, en el municipio, en la comunidad. En medio de diciembre la cifra de la Secretaría de Salud menciona más de 1 millón doscientos 50 mil casos positivos por un poco más de 113,000 decesos. Y algunos especialistas pronostican que en los próximos 3 meses se llegue a la cifra de 180 mil defunciones. Las expectativas que habíamos realizado se volvieron más crudas por una realidad latinoamericana de décadas de corrupción, nepotismo, burocracia que han permeado en el desarrollo constante del país y su fortalecimiento en el sector salud. Han sido las situaciones de nuestro tiempo las que demostraron la delicada situación en que se encuentra la estructura de salud. El ideario de que se mantendría unido como sociedad en momentos de unas 4T ha sido un imaginario invisible. Ante el avance de la posmodernidad, no hubo espacio en la comprensión de la colectividad y en el margen de la sobrevivencia, dotar y dotarse por la herramienta más ecuánime como la solidaridad, se ha avanzado sobre pasos de individualidad y pérdida de la subjetividad, modificada por un halo de instrumentalización psicosocial. A la experimentación del encierro ha contribuido, además, al libre expresionismo afectivo, donde nos hemos encontrado, en no muy pocas veces, adentrado sobre los pasos de la confusión, la incertidumbre, el coraje, la frustración, sensaciones de soledad e incomprensión, tristeza, de una profunda tristeza que ha acompañado en medida alguna a las personas durante el encierro. Nos ha dado miedo el encierro, es un hecho. Y no es para menos: ante la hora sombría, la enfermedad o la inferencia de un posible contagio un gélido frío ha atravesado nuestra médula espinal, recorrido por nuestra piel y supimos en ese justo instante que efectivamente, habíamos sido bañados con el ropaje de la vulnerabilidad. Al pasar el tiempo y enterarse de casos cada vez más cercanos, irremediablemente uno se preguntaba – ¿Seré el siguiente? – y la dichosa pregunta viene sin una respuesta, solo mira desde la lozanía y parecería sonreír sin ejecutar una respuesta concreta.
Lo efímero de la vida. Una semana antes de encerramos ese pensamiento formó parte de tardes reflexivas. Me entretuve con ese diálogo por un largo tiempo. La vida es, al final, un viaje de estancias cortas, sin previo aviso de partida, con momentos de reflexión de grandes errores e innumerables decisiones por decidir y que marcarán nuestra vida. Un día planificamos qué nos gustaría desayunar, qué tipo de ropa colocarnos, cuál será el mejor prospecto de persona con el que debería salir, qué tipo de carrera me permitirá avanzar en tiempos complejos…. Es decir, se vuelve una amplia gama de situaciones donde las decisiones marcarán nuestra vida. Y justo, por esas decisiones, el momento del último acto, en el ocaso de nuestra vida queda invisibilizado. Entonces, un buen día, la muerte se presenta y reclama su acto en la historia, alargando el brazo para entrar a escena y hacer su delicado, íntimo y melancólico acto. En tanto en aquel balcón la imagen se repetía y visualizaba danzar a la vida y la muerte en un mismo escenario acompañados de Satie y sus Gymnopédies, la vida nos iba pronto a recordar lo efímera que podría ser, el breve lapso entre aparecer en la cotidianidad y la muerte como una posibilidad de muchas…
Muchos ya no están con nosotros y eso duele. Nos refugiamos esperando que la tormenta pasara, de costado, por nuestra casa y que la ventisca no asomara ni por asomo, bajo el balcón de nuestro hogar puesto que cabalgaba con aires de frustración, malestar y tristeza. Recuerdo un día por la tarde, haberme asomado por la ventana del cuarto y observar una estampa que no se logra definir con regularidad: una calle vacía, que en su marco podría interpretarse como estampa triste, reflexiva y con miedo, mucho miedo. Observé por alrededor de 10 minutos y no pude contemplar mucho más allá de un par de personas salir, transcurrir para comprar alimento a la tienda. El número es engañoso y, probablemente, cerca del mercado de la comunidad el número sería más importante. Sin embargo, esa estampa permitiría reflexionar sobre las expectativas que habíamos colocado a lo largo de esos primeros meses y que marcarían el destino de muchas personas, de muchas familias. Eran los primeros días de abril.
Recuerdo alguna charla con la vieja platicando y analizando sobre un alargamiento considerable sobre lo que serían, en primera situación tres meses de confinamiento. Al paso del tiempo, la información circulaba, las calles hacían uso de sus oídos y de labios a labios el panorama era confuso: una persona con Covid-19 por aquí, por allá otra. Aquéllos que se reunieron también dieron positivo. La familia tal… está grave… Susurros en el viento que auguraban largas noches para muchas familias. La vieja había dicho con gran clarividencia -todos somos infectocontagiosos hasta que se demuestre lo contrario- y vaya que tenía razón. Ahí nos dimos cuenta de que no se trataba de cuentos chinos, sino de realidades vilipendiadas por décadas de sufrimiento, indiferencia, despotismo, burocracia, corrupción y, al encontrarse en medio de una hecatombe con tintes políticos por doquier, los números y las bajas serían como casi siempre ha sido, en su gran mayoría, de las clases menos privilegiadas.
No ha sido fácil convivir en una cuarentena; se han experimentado una mezcolanza de emociones que comúnmente no suelen presentarse. El arropo del aislamiento, la inactividad e interacción social, han mostrado su peor cara y las consecuencias que han deparado en cada persona: desesperación, miedos, enojos, tristeza, angustia, rabia… Los más afortunados han podido ser acompañados en ese vals de subidas y bajadas: se han organizado, buscado ayuda y acondicionado su espacio personal para tener herramientas adecuadas que permitan un afrontamiento más asertivo, funcional ante los tiempos que tocan vivir. Pero hay otras personas, me atrevería a mencionar, una población muy importante de mujeres que, a pesar de la cuarentena, continúan siendo violentadas desde el hogar, desde sus relaciones, estigmatizando la violencia como un proceso de aislamiento e invisibilizando la misma situación depredadora del patriarcado que puede lastimar y salirse con la suya. En los peores casos nos dimos cuenta que los feminicidios siguieron en aumento, pese a los intentos del ejecutivo por ablandar las cifras, los cuerpos hablando en el silencio sepulcral y dieron la razón: el Estado también mata con su indolencia, su evasión, su falta de prevención. Se enfrentan pues, en primera instancia a un doble peligro: la visiones cultural y estatalmente aceptada y ante un encierro en muchos casos indeseable por el aumento de esa violencia. No podemos tampoco dejar de mencionar las familias de desaparecidas y desaparecidos a lo largo del país, sus esfuerzos que hoy, ante la pandemia de Covid-19 han visto reducido sus pasos en la búsqueda por las condiciones atenuantes. Y, aun así, continúan en un proceso de preparación, debate, análisis, diálogo con las autoridades, actores sociales, con un sinnúmero de poblaciones que permitan contribuir a encontrar a sus seres queridos. Y su búsqueda continua. En esos procesos siguen demostrando que van un paso más allá de la responsabilidad del Estado y su juego geopolítico que los lleva una enredadera de la cual su aporte, mínimo, sigue siendo muy insuficiente. A pesar de la cuarentena y a pesar de las formulaciones de leyes que entorpecen el trabajo de las familias y de las cuales, en muchas ocasiones se les quiere dejar fuera a las familias de los procesos que ellas mismas han desarrollado, siguen ahí, firmes, en la búsqueda de los suyos.
Lo que vino a transformar la pandemia fue la percepción que teníamos sobre la vida misma, las relaciones, las formas de organización, la concientización sobre problemas sociales, la ausencia de análisis crítico, la aparición abrupta de opiniones que destrozan el diálogo y solo quieren la imposición utilitarista de su visión. También nos recordó el encierro que no es igual para todos y que, la desigualdad social no es un asunto de una mente positiva, sino de una repartición inequívocamente desigual de las riquezas de un país. Nos infería también, una realidad que durante muchos años se ha tratado de mantener en margen: que la historia de México se ha basado en el sesgo de aplaudir a falsos dioses por su emprendedurismo y olvidado las luchas de resistencia comunitarias que son las que han trazado firmemente los caminos de logros. Natsume Soseki, el gran escritor japonés tiene un extraordinario cuento donde reseña, en un ejercicio de autobiografía, como fue aprende a andar en bici y de las pericias que conllevó el planificar tal acto. En él, Soseki reflejaba la experiencia que se podía tener, sin importar la edad, a aprender a andar bici en un ambiente poco conocido, con un lenguaje poco claro ante los ojos del protagonista. Al final, en un ejercicio de orgullo personal, ha podido montar la bici y los modos ya no importan, aunque hubieran sido de otro modo. Algo así, creo, sucedió en algún momento: tratar de sobrevivir sin importar qué, ni cómo ni por qué, comenzaron a desarrollarse. Nos subimos a una bicicleta por calles sin número, ni orientación, pensando que al paso del tiempo las situaciones mejorarían y volveríamos a eso que hoy, tal vez, en un afán de deseos, pero, sobre todo, de exigencias, le llamarían “nueva normalidad”. Pero entablar esa acepción exigiría una afirmación de que el pasado está resuelto, que los problemas que un día aquejaron ya no existen y que hoy, en medio de la pandemia, podríamos cantar vítores por superar con creces los problemas sociales que atenúan en nuestra vida. Al mismo tiempo, la pandemia demostró que seguimos y seguiremos estando en medio del ojo del huracán con poca visibilidad de poder modificar muchas situaciones problemáticas en el corto plazo.
Posteriormente, en el transcurso de los meses las noticias de que enfermaban seres queridos, amistades, vecinos, se volvió una realidad. Comprendimos que, en el avance de las sociedades de consumo, nos consumió la satisfacción de las necesidades, alejando con ello las posibilidades de una gran parte de la población de tener todos los aditamentos necesarios para poder sobrevivir. Al mismo tiempo, muchos proyectos, microempresas tuvieron que cerrar. “Changarritos” de muchos años se vieron en merma y con ello, tratando de voltear y recuperar poco o mucho para seguir aportando en casita a los gastos del hogar. Más de 11 millones de desempleos en un primer momento sumió al país la pandemia. La visualización en los próximos años no es muy favorable y la pobreza seguirá siendo la misma, aunado a millones más después de esto. La situación económica no parece ser favorable en lo inmediato.
La muerte también se volvió algo muy presente. No hubo despedidas, las relaciones se cortaron abruptamente, se perdieron los procesos de ritualización, de despedida. La muerte fue una muerte a la distancia, iracunda en el acercamiento porque con dardos envenenados amenazaba con seguir maltratando a la sociedad. La muerte transfiguró su esencia y cuando menos lo esperamos, la convivencia se volvió rutinaria. A pesar del miedo, a pesar de la incertidumbre de su presencia, también nos ha demostrado ese otro factor de risas y del significado de la vida, tan apreciado y al mismo tiempo desvalorizado como hoy. En realidad, lo que ha llevado al punto de la reflexión que se genera es a partir de la conciencia de la muerte, su acercamiento, el lenguaje. Ha sido la muerte y su ausencia en tanto presencia epistemológica la que ha desarrollado su manto de aparición e invisibilización lo que nos ha permitió repensarla como algo humanamente posible. Pero no solamente hablamos de los decesos: bajo los destellantes y cegadores sonidos del silencio, la ruptura de relaciones formó parte de esa cotidianidad atípica. Matrimonios, noviazgos terminaron sus relaciones de tiempos, memorias en las sábanas y recuerdos aterciopelados. Fue el término de los amores de otoño… Esos duelos también fueron constantes en los meses de la cuarentena y permitieron la reconfiguración de caminos. Dolores, recuerdos, alejamiento, despedida. El duelo fue más humano como nunca antes.
¿Pensamos tal vez en las familias que se contagiaron? Tal vez no. La morbosidad siempre llega a convertir en el anfiteatro de las especulaciones la desgracia de las personas y poco o nada importa en esas historias personales. ¿Cómo habrá sido afrontar el contagio en casa, tratando de cuidar a los hijos, soportando el dolor, las molestias, las desganas? ¿Hubo palabras de aliento? ¿Pensamientos que los acompañaron? ¿Cómo se reacciona ante la poca oxigenación, los cuadros de ansiedad, la debilidad? ¿Se piensa, se imagina, se sueña? ¿Se teme morir o se teme dejar a los suyos? ¿Se habla con Dios y se espera la muerte? Difícil pensar cuando se corre con un poco de suerte, al menos por el momento. Y después comienza, invariablemente, el éxodo de la estigmatización: para el sobreviviente, el mundo parece derrumbarse a su alrededor, para otros, el mundo se derrumbó a su alrededor. Sus peores miedos cobraron vida y estuvieron a su lado en esa travesía. Situaciones complicadas que llegaban acompañadas por el viento, mientras la expectación crecía de tanto en tanto. Enfermarse por Covid-19 también demostró la desigualdad de clases sociales, pero también la fortaleza de las familias para continuar. Para ellxs nuestro consuelo que abrace fraternalmente, siempre.
¿Qué decir, en esa misma sintonía del personal médico? Una labor de riesgo, espléndida que recuerda la nobleza de la profesión, nos recuerda una vela de Nightingale por cada situación positiva que se presentó. El valor con el cual afrontaron esta situación debe de permearse en la memoria histórica y saberse que, aunque en desventaja, con una estructura social precaria a la cual se le intenta desde hace mucho privatizar, siguieron funcionando, porque más allá de números, proyectos privados, fueron las y los guardianes de capa blanca, la “vanguardia blanca” quien hoy continúa haciendo de las suyas para poder salir delante de esta situación. No todo pinta tan bien como se desearía. Por cada historia que nos conmueve, también existen cuentos de la realidad no muy eficientes, que cuentan, dicen, que la sensibilidad social de algunos estratos al interior del personal de salud se ha encontrado deficiente, distante, sin la sensibilidad humana necesaria para el abordaje completo de su profesionalización. Y no es para menos: en medio de la investidura económica de sus dirigentes, el apremio por ganar cada vez más, tener puestos prácticamente hereditarios entre amistades y familiares, se volvió en un negocio de mucho lucro cuya consecuencia fue en preparar a un personal de salud con mejor ingreso económico, en tanto que otro, en el marco de la sobrevivencia, se encontró mal pagado, con un futuro poco incierto en lo económico y con la pérdida de muchos derechos laborales. ¿La continuación? La entrega al trabajo como requerimiento invisibilizando la otredad como a ellos mismos los han invisibilizado desde las estructuras de poder…
Una tarde aparecía el viejo perro “Marshall” con toda la manada famosamente conocida, olvidada, violentada, estigmatizada por muchos, pero también protegida, empatizada por otrxs tantxs. Marshall y la manada me recordaban que la vieja normalidad no podía ser muy diferente de la nueva normalidad. Para ellos, la vieja y la nueva normalidad tendrían un elemento constitutivo: la invisibilización hacia ellos como mecanismo de defensa, de una evitación máxima para evitar la responsabilidad que tanto molesta en la conciencia de las personas. Y no podía dejar de pensar en el número de asesinatos, violaciones, feminicidios, desapariciones. Esas nuevas normalidades de las que se hablan no contemplan los fundamentales puntos sociales que se tienen en agenda y que hoy, siguen sin resolverse. Donde la violencia simbólica se hace presente en los procesos cotidianos que se tratan de dejar a las familias fuera del desarrollo en el avance por justicia, reparación y búsqueda de la verdad. Esa nueva normalidad ¿haría desaparecer por arte de magia las violaciones, el abuso sexual, la violencia de género? Parece que simplemente era un juego rebuscado de palabras tratando de crear un reflejo de falsas expectativas para que la nueva realidad se ajustara a un rápido crecimiento económico y que no terminara por acentuarse con mayor rigidez la precariedad de justicia que hoy, sigue abandonado a la sociedad. Marshall se fue caminando con pesadez, había cierta lástima en su caminar cómo si nos recordara las exigencias brutales que se dan para poder sobrevivir en un ambiente caótico, hostil de individualización máxima. Estaba más allá de una moralidad, de lo bueno o de la energía positiva que se emana, este es un cuento mexicano… Pensaba que, como él, para muchos la nueva normalidad es inexistente y en tanto que la solidaridad, la colectividad no forme para de los procesos de organización colectiva que permita afrontar asertivamente, cabalmente, se seguirá quedando muy lejos de los planes de transformación social priorizando la satisfacción de necesidades personales donde el otro vale por lo que viste, por el apellido, el lugar de nacimiento, el tipo de pigmentación. Tal vez nunca comprenderemos la complejidad emocional de Marshall, pero sí sabremos reconocer de olvidos y ovlidadxs…
¿Qué hacer?
Por mucho que duela admitirlo podríamos presenciar un nuevo año en confinamiento más, a partir de las estructuras sociales, culturales y educativas presentes en estos momentos. Se habla hoy, de una mutación, de una nueva cepa que tiene una mayor eficacia de contagio. El mundo de las vacunas se vislumbra en el desarrollo de negocios privados donde las vacunas no serán para todos y los favorecidos serán los mismos que hoy invisibilizan las carencias que lleva a una gran población a enfrentar parcialmente cegadora el covid-19. La pandemia visibilizó, además, la precariedad del desarrollo social de muchos países en diferentes áreas sociales. Así, en el caso mexicano el programa de salud se ha visto arrebasado por hechos multifactoriales y que, sin embargo, permea en su balance, los años de robo, mala administración, sabotaje desde el interior que han enriquecido a algunos cuantos y empobrecido cada vez más tanto a trabajadores, sindicato, como derechohabientes hasta pasar con la idea constantemente esquizofrénica de la bancarrota de la salud pública con miras al fortalecimiento del sector privado. Han sido décadas donde la salud sufrió el rezago del Estado como medida de protección social y en el negocio una medida concreta de explotación. Ante la emergencia que representa hoy la pandemia en México, el sector salud sangra, y se desangra ante el aumento del número de casos positivos, casos graves y los pocos recursos eficientes para afrontar con mejor eficiencia.
Y ante todos estos acontecimientos, resistir. Si algo hemos aprendido de los movimientos sociales, de los pueblos originarios, de los pueblos indígenas, de las familias de feminicidios, de las familias de desaparecidxs, asesinatos, abuso sexual, de las organizaciones barriales, de las comunidades en defensa de la tierra, del agua, de los recursos naturales ha sido resistir como un estilo de vida que nos permite conocernos y reconocernos en los procesos subjetivos y en la transformación del individuo en un sujeto cognoscente, sentipensante de su realidad, y agente de transformación social. Resistir significa volverse terco, moralmente terco e intentarlo una y otra vez, tantas veces como sea necesario o como dice la frase: que la dignidad, se haga costumbre. Resistir muy a pesar de la adversidad, a pesar del miedo y su detención momentánea. Aceptar el miedo, aprender a reconocerlo, olerlo, pero no perder contra el miedo, devorar su incertidumbre y convertirla en una utopía, así podremos seguir caminando. Caminando juntos, juntas, en cada rincón, en cada espacio, desde nuestras casas y desde la distancia, desde la realidad virtual, por llamadas, sabernos juntos, juntas, reconociendo en la otredad el principio de la escucha, del diálogo, de seguir adelante, a pesar del temor, impulsando nuestro caminar bajo el destellante brazo de la solidaridad. Resistir aún a la muerte misma, pero no sobre la base de su principio de negación, sino que, aceptando la conciencia de la muerte desde el otro, saber que lo que está vivo no puede vivir, pero, además, habrá de vivir eternamente en nuestra mente y en nuestros corazones.
Y también saber que resistir es un acto de amor. Uno de los actos más importantes del amor, que no se encuentra justificado por el consumo, mucho menos de la manipulación, sino por los deseos de amor de lo que hace, amor a la humanidad, amor por nuestros seres queridos y aquéllos que nos rodean e interactúan con nosotros, nosotras. Entramos juntos y salimos juntos tal vez desde diferentes espejos y realidades, pero saldremos juntos, juntas en lo físico, en la mente, en el corazón y seguiremos avanzando, construyendo nuestra memoria, haciendo nuestras realidades, visibilizando las otredades. Los tiempos son tiempos de Fronda, pero hoy, casi por finalizar el año, deseamos desde aquí, nuestra casa, su casa, que la salud los embargue, los cuide y los deseos del momento que nos veamos reconozcamos la esperanza de un mundo distinto mediante la colectividad, la solidaridad, el análisis crítico, la resistencia, el amor. Y ahí bajo la luna y la noche estrellada que se alce una vez más nuestro manto de esperanza, de esfuerzo y sacrificio y fluya, tanto hasta que nuestros deseos se conviertan en estrellas y ardan con pasión hasta alcanzar nuestros objetivos.
Feliz Año.
Daniel Sixtos Cruz