Reflexiones en el cuarto aniversario del Centro Comunitario Martín-Baró

Una Psicología de la liberación tiene que aprender que sólo desde el mismo pueblo oprimido será posible descubrir y construir la verdad existencial de los pueblos latinoamericanos. Ignacio Martín-Baró

Jamás ha resultado sin complicaciones el trabajo comunitario. Existen muchas implicaciones que refieren el desarrollo de una experiencia psicosocial particular a partir de las geografías y espacios propios donde se desarrolla un análisis reflexivo sobre lo que sucede en una localidad determinada. En muchas ocasiones, nos encontramos con trabajos que presentan similitudes en el desarrollo de otros espacios y los efectos para los cuales nacieron y cómo se consolidaron alrededor del tiempo. En ocasiones contadas, el desarrollo de los mismos, se generan con dificultades, experiencias amargas, errores puntuales y una larga lista de dificultades para las cuales no se encuentran respuestas en el corto plazo que posibiliten una adecuada comprensión, mucho menos un acompañamiento con los actores sociales y la línea de transformación social.

Podríamos dedicar estas cuartillas para relacionar pensamientos e ideas que se han generado a lo largo de cuatro años de parte de todxs lxs compañerxs que han pasado en la construcción del Centro Comunitario Martín-Baró y sus experiencias, sus aciertos, sus errores y aún así, podríamos comprender que la complejidad sigue existiendo en sus quehaceres comunitarios. Seguir reflexionando sobre cada paso que se ha cometido, implica un ejercicio de análisis hacia al interior de los objetivos trazados en el Martín-Baró y observamos su modificación en muchos aspectos, así como su nombre y sus vivencias. Y responde a una problematización expuesta ya por Nacho hace tiempo: construir las realidades latinoamericanas vilipendiadas por mucho tiempo, negadas en su conjunto, neutralizadas por una gran parte de la academia. Y ahí, bajo las reflexiones de hace muchas lunas, la presencia de nuevos intelectuales, de actores sociales, es como hemos configurado una incipiente idea, aunque no del todo certera, sobre hacia donde dirigimos esos esfuerzos. Hoy, podemos expresar con claridad que el camino que trazamos se encuentra en el trabajo solidario con las comunidades y con los actores sociales en las diferentes situaciones sociales que laceran a las comunidades; partimos de una visibilización de la violencia simbólica y sus mecanismos de coerción, naturalización en la cotidianeidad de la sociedad, así como el esquema reproductivo de sometimiento al que se ven expuestos; analizamos los procesos de migración que han configurado el sentido de identidad, de pertenencia en nuestras comunidades y que, como trabajo de pueblo, se ve imposibilitado de reconstruir sobre bases sólidas; dedicamos el tiempo en la Investigación-Acción-Participación como nuestra metodología fundamental en el trabajo comunitario que permite colocar, al mismo tiempo a una psicología responsable, solidaria, participativa, fuera de toda neutralidad, en un trabajo psicopolítico que permita la reflexión, la visibilización y la reestructuración sobre su tendencia hegemonista de visualizar y explicar los fenómenos como si de simples hechos individualizantes se trataran (comprendiendo, por sobre todas las cosas, la subjetividad del individuo); aprendimos que acompañar es un acto que requiere la simpatía y la rebeldía de estar, a pesar de los corazones dolidos y fragmentados, de la rabia justificada al no tener a su ser querido porque un sistema cómplice de atrocidades lo ha permitido, justificado y legalizado y, al mismo tiempo, refleja la vida en estadísticas simples y banales, marchamos con las familias de actos verdaderamente atroces y comprendimos que, el trauma psicosocial era histórico y no solo propenso de la comprensión de un manual que debería servir como eso, como manual y no ley establecida en un ejercicio panóptico del mundo de la psiquiatría; aprendimos que la alegre rebeldía, la historia de los pueblos, su sentido de comunidad, lo configuramos todos desde diferentes encuentros, reconocimientos, luchas, actividades, actos y en un arduo y constante hecho de dialogicidad, reconociendo saberes comunitarios en constante peligro por eslabones intolerantes de una posmodernidad que ha aprendido sobre apropiación cultural y del cual, nace nuevos problemas con las ciencia, su distorsión y se observan, en una “comprensión” desde un lente en desuso, que la solidaridad es un altruismo banal; supimos que las amenazas son reales y que, muchos de lxs mejores entre nosotrxs ya no están con nosotrxs. Aun así, seguiremos, porque el compromiso es permanente y la resistencia la construiremos en nuestro largo andar.

Así llegamos al reconocimiento de nuestra comunidad de La Guadalupana, en Ecatepec, invisibilizada por la violencia desmedida, el abandono simbólico y la indiferencia del Estado consistente en un efecto de dominación cultural, que bien podríamos definir momificación barrial y de la propuesta de la memoria selectiva urbana. Pero para nuestra comunidad, va el gran reconocimiento porque a través de ella hemos crecido, aprendido, llorado, reído marchado junto con ella, en un esfuerzo conjunto y en una problematización constante sobre los modos que nos toca vivir en nuestras realidades latinoamericanas. La necesidad de reconocimiento de la otredad sigue siendo un gran reto y una crítica, tal vez sobre nuestra propia experiencia y del cómo aprenderemos a llevarla a cabo a pesar de las complejidades y las dificultades que puedan existir. Para ellas, el reto psicosocial no acaba en la visibilización sino en la transformación de una convivencia colectiva, solidaria que responda ante las necesidades fundamentales de nuestra propia comunidad. Rescatar y trabajar sobre nuestro sentido de identidad requiere un trabajo arduo de desprofesionalización capaz de enfocarnos junto con una mirada comunitaria que reflexione sobre los procesos y las resistencias permanentes en los pueblos y en el realce del rescate de sus cosmovisiones. Partimos, pues, de la reflexión sobre resistencias afectivas en nuestra territorialidad, su cotidianeidad su el sentir y los elementos simbólicos pertenecientes para esos actores sociales que hoy, luchan por rescatar a sus comunidades del embate constante del sistema capitalista a través de sus imperios en cualquier de sus formas. Todavía queda un largo camino por recorrer. Simplemente sería irrisorio mencionar que nuestro trabajo tiene una mirada en el horizonte que permita otear lo que hemos ganado: esto solo es posible a través del avance de nuestra comunidad, de su sentido de comunidad, de la problematización constante en un ejercicio psicopolítico de modificar las realidades vilipendiadas que tenemos por delante. ¿Por qué presupuestamos el trabajo en esta comunidad? Puesto que en ella nos afirmamos e identificamos su sentido de comunidad como un compromiso de todos los actores el rescate de sus saberes populares como una medida en el afrontamiento de las irregularidades estatales a los cuales se ve afectada y en cuyos efectos secundarios, los individuos terminan por ser los protagonistas de las máximas tragedias.

Agradecemos a nuestro personal actual que labora en el Cecomaba, su esfuerzo, su entrega, su pasión por este proyecto que han moldeado a través del tiempo y, claro está para nuestras compañeras de la comunidad y su sempiterno apoyo y critica que nos ha hecho mejorar. Lxs compañerxs que han estado con nosotrxs en sus tiempos, sus formas, sus esfuerzos y nos han brindado una parte importante de su espacio y tiempo. Queda seguir bajo la misma línea de resistencia, dialogando, reflexionando y problematizando las realidades como una convicción de que el futuro se constituye con la participación de todos los actores sociales en un desarrollo comunitario comprometido, solidario bajo el objetivo de transformar un esquema socioeconómico que pugna por la economía antes que la salvación de la vida misma. Por lo único y lo primero.

Gracias por su compromiso y su apoyo.

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