Distorsiones Cognitivas Auto-sirvientes Parte 2

¿Cómo es que pensamos? Es una pregunta demasiado compleja para poder articularla solo en unas cuantas líneas sin usar este espacio como una disertación sobre un tema profundo e interesante. Eso sí. Existen dos posturas bien intencionadas que, padecen de un caso grave de agnosia una de vez en cuando en relación a la otra; la primera afirma que la interacción con el medio ambiente permite construir la realidad a través de un proceso histórico y de interacción, con lo cual es la interrelación la que permite ese aprendizaje. Por otro lado, la perspectiva que ratifica que los pensamientos se desarrollan en un control interno con una amplia gama de estructuras neuronales que permiten mediante un input y output obtener la información, procesarla y decodificarla. Esto claro, en términos muy generales y rápidos. En su comprensión tal vez requiera una explicación más detallada, aunque este no es el espacio propicio actualmente, es necesario postularla por el tema que estamos trazando.

Por otra parte, darle a una u otra la razón sería un sacrilegio sobre el conocimiento dado que ambas tienen un punto a su favor y que permite una comprensión integral. Sin embargo, tampoco es el espacio para una terapia de pareja entre ambas posturas que si me lo permiten necesitan comunicarse una con la otra de forma más seguida a favor de la psicología. En fin, para términos prácticos, diremos que la construcción de los pensamientos debe a la primera impresión que tomamos de las cosas, las analizamos y vamos, como un fichero a nuestra mente a ver si lo conocemos previamente o, estar atentos para una mayor comprensión y saber qué rayos significan las cosas y facilitan nuestro pensamiento sobre ese objeto en tanto significado e interpretación.

De esta manera los pensamientos son guías que nos permiten dirigir nuestro camino, la forma en que le damos significado a los objetos, las personas, las acciones, nuestra comprensión a lo largo y ancho de la vida que tiene definición, una organización, una estructura, componentes afectivos entre muchos otros elementos mediante los cuales abastecemos la comprensión de lo que percibimos y sentimos en ideas más específicas y estructuradas.

Así, las ideas no son solo nubes de cómics que aparecen de la nada, sino se encuentran organizando la información que percibimos, las acciones que realizamos y se encuentran detalladas y especificadas para poder comprender, reflexionar y analizar ante una situación determinada: “¡Hey! Tengo hambre, se me antojaron unos tacos”, “Está haciendo frío, será mejor que vaya por mi chamarra”, “Si termino mi tarea temprano podré echarme un par de partidas de Fornite” o “Si logro terminar este trabajo me ascenderán de puesto”. Estos, entre muchos otros ejemplos son esquemas que se construyen a partir de la identificación de la necesidad de comer, la sensación de un cambio de temperatura, la percepción de obtener una recompensa y la expectativa ante un logro adquirido. Así es como se formulan y se construyen los pensamientos, de esta manera entablamos una estructuración cognitiva con la vida cotidiana.

Sin embargo, no siempre se forman sin un caos o complejidades de la vida. En realidad, la estructuración de los esquemas implica un poco de dificultad para darle, como se dice, un poco de sazón a la vida. Stanislas Dehaene (2021) menciona que la forma de aprendizaje se basa en la construcción de una estructura de representaciones que son idóneas de acuerdo al problema presente. Dehaene se basa en las redes de neuronas artificiales que buscan regularidades mediante una segmentación del problema de tal manera que se vayan observando los errores y se ajusten al estado interno que disminuya esos errores entre cada capa. Así los pensamientos tienen dentro de su estructura una fuente mediante la cual se van quitando aquellos elementos que propician el error. Sin embargo, esto dista mucho de una ciencia perfecta y durante su proceso de comente errores.

Entonces ¿Qué pasa cuando esto no es así? Nos encontramos ante pensamientos que obstaculizan la forma de interpretar de forma coherente la realidad, de errores en la forma de procesar la información proveniente del medio externo y cuya significación tiene un valor negativo, irracional que va a generar en el corto, mediano y largo plazo una serie de complejidades a través de las cuales se generará un malestar significativo en diferentes áreas de interacción del individuo.

¿Cómo se estructuran, se forman y aparecen en la vida de las personas?

Una persona puede haber crecido en un hogar en donde los cuidados y el abastecimiento para cubrir las necesidades primarias son de lo mejor, una niña o niño al cual no le hace falta ninguna situación material: vive en un buen hogar, tiene alimentación, salud, educación. Sin embargo, dentro del ambiente familiar se percibe una serie de situaciones que se construyen a través de la ausencia de un componente afectivo positivo, sea porque no se reproduce en el hogar o es confuso en su proceder (no hablarle al hijo, aislarlo, no demostrar sus emociones o reforzadores positivos por temor a “hacerlo débil”, entre otros). Así, esa persona crece con la expectativa de tener cubiertas sus necesidades, aunque, en la realidad, la esfera emocional carece de retroalimentación, lo cual pesará al pasado del tiempo al conformarse como una idea de que está bien no ser afectivo con los demás “no se necesita” podría trascribirse taquigráficamente en una reflexión que costó mucho tiempo asimilar, pero que, al pasado del tiempo fue teniendo cabida mediante los ejemplos cotidianos expuestos por su familia.

Esto no quiere decir que sean reglas exclusivas ni determinantes para la población, sin embargo, lo que se ha investigado alrededor de este tipo de pensamientos es que los factores de riesgo asociados a la aparición de estos pensamientos encuentran una relación muy importante y sólida con el maltrato desarrollado en la infancia, entre padres (Dodge et al., 2006), dado que estamos hablando del ambiente más importante que tienen en la vida, como es el núcleo familiar.

De tal suerte que esa niña o niño toman este comportamiento como una variable acertada y adecuada en la vida de las personas, pese a que haya una duda muy particular internamente en ella o él. De esta manera se sumerge en un mundo de naturalización de pensamientos que conforman y justifican formas de conducirse e interpretar la realidad, así como de sentir. Ese mismo infante, llegará a la adolescencia, periodo crucial en la vida humana y, estos pensamientos tendrán una mayor fortaleza, construyéndose como reglas personales mediante las cuales ya no solo interpretan el mundo sino conducen como guiones sociales complejos (Dodge et al., 2006) y validan de acuerdo con su experiencia. Estos momentos de reconstrucción se representan como “La gente que quiera estar conmigo tendrá que aceptar que no es necesario estarse abrazando, ni besitos y ni modo” u otras formas más pasivas, pero de igual forma de constitución evitativa o de desagrado (conductas más parcas, menos expresivas como lo es evitar abrazar, dar besos, etc.).

Tomando la teoría sistémica ecológica de Bronfenbrenner (1979) los sistemas de interacción de la persona conllevan significados que permiten una generación de convivencia, influencia y participación en cada uno de ellos. Así, lo que asimila el individuo dentro de un ambiente es reproducido en los demás como elementos de significación para su quehacer cotidiano. De esta manera se vuelve mucho más importante el impacto que pueda tener en los ambientes familiar porque ese aprendizaje a través de la observación de sus moleos de contexto cotidiano establecerán la repetición de esos comportamientos a través del proceso de memoria como guías cognitivas de modelaje sobre qué, pero más importante, cómo comportarse en un determinado ambiente.

Algunas de las situaciones de riesgo que permitirán el desarrollo de esos pensamientos distorsionados serían los siguientes:

  1. En casa existan golpes hacia los hijos, haya críticas, empujones y tener una colonia clasificada como mala (Mancha y Ayala, 2018).
  2. Vivir en vecindarios violentos detona comportamiento violento (Soto y Trucco, 2015).
  3. Crianza donde se promueve la crítica, coerción y rechazo (Arias, 2013).
  4. Incorporación a grupos de delincuencia, pandillas o drogadicción (Castañeda, Del Moral y Suárez, 2017).
  5. Actitudes negativas frente a las normas (Arias, 2013)
  6. Crianza indulgente o permisiva (Caballero et al., 2018).
  7. Dificultad en habilidades sociales en torno a regulación emocional y conductual (Ferguson, Cassells, MacAllister y Evans, 2013).
  8. Violencia y discusiones entre los padres (Rasit y Songul, 2013).
  9. Prácticas de disciplina severa (Chang, Dodge, Schwartz y McBride-Chang, 2003; Jiménez, 2014).
  10. Disciplina severa basada en la creencia de que es la manera adecuada de controlar a los hijos (Cova et al., 2019).

Estos entre muchos otros puntos facilitan el desarrollo, naturalización y reproducción de esas distorsiones. Son distorsiones en la medida en que reflejan un proceso de neutralización (Sykes y Matza, 1957), desfigurado, que no pertenece en sí mismo a lo establecido en la realidad social y que esas interpretaciones se construyen como medio para el uso de conductas agresivas y neutralicen la desaprobación, al mismo tiempo que protege su propia imagen.

Si juntamos estos elementos, nos podemos encontrar que en la infancia junto con los elementos de violencia que se manifiesten en la familia, generarán un atraso en el proceso de juicio moral en la infancia que tendrá un seguimiento en la adolescencia y en la adultez (Roncero, Andreu y Peña, 2016). Es decir, la deficiencia en la disciplina parental (gritos, empujones, pellizcos, burlas, golpes, indiferencia, etc.) sumado al intercambio social negativo entre los integrantes, el juego con los hermanos en forma coercitiva, generaron en la persona una estructura precaria en la forma de interrelacionarse con los demás, favoreciendo la aparición de conductas agresivas  (Patterson, Dishion y Bank, 1984) u hostiles que generaron una estructura de “afrontamiento” como medida ante las adversidades que se presenten. Esas conductas agresivas por lo tanto, son mantenidas por las guías cognitivas que, mediante un examen sobre los elementos de juicio moral, encontraron que las formas de ostentar el poder favorecían la protección y la grandilocuencia de las personas, generando un retraso en el razonamiento moral debido  a que se centraron en los aspectos egocentristas en donde se trataría de satisfacer necesidades personales (Roncero, Andreu y Peña, 2016) sin tomar en cuenta el grado de efecto que pudiera tener su comportamiento sobre los demás: la idea era clara, establecer una prioridad sobre sí mismo sin importar si lastimaba en el proceso a los demás.

Sumado a lo anterior la deficiencia en el desarrollo de habilidades sociales, esto es, herramientas destinadas a resolver situaciones problemáticas a las cuales toca enfrentarse, generan un desequilibrio en situaciones interpersonales, complicando su interacción y basándose exclusivamente en uno mismo y no en las necesidades de los demás (Roncero, Andreu y Peña, 2016). Esto genera la construcción de las distorsiones cognitivas auto-sirvientes (Gibbs, Potter y Goldstein, 1995) denominadas como representaciones mentales erróneas o inexactas que forman parte de la asociación con conductas agresivas y antisociales.

Esto genera la construcción de las distorsiones cognitivas auto-sirvientes (Gibbs, Potter y Goldstein, 1995) denominadas como representaciones mentales erróneas o inexactas que forman parte de la asociación con conductas agresivas y antisociales.

Esa información social con la cual se encuentra en conflicto precede de los recuerdos almacenados y de las experiencias pasadas que conllevaron a la justificación de determinados comportamientos (Crick y Dodge, 1994). Si estos elementos de protección y autocuidado que se constituyen a partir de las distorsiones cognitivas auto-sirvientes, también desarrollan una protección sobre la autoimagen negativa, es decir, no aparecer como un ogro o el malo del cuento, también se trata de alejar la culpa de uno mismo y otorgar la responsabilidad a los demás sobre el uso de la violencia y su justificación (Barriga y Gibbs, 1996; Gibbs et al., 2001) sobre las demás personas porque son ellos quienes han provocado esa reacción.

En ese sentido, las distorsiones cognitivas auto-sirvientes serían formas inexactas o sesgadas de prestar atención a las experiencias o de atribuirles algún significado (Barriga, Gibbs, Potter y Liau, 2001). Las situaciones experimentadas durante la infancia estarían íntimamente vinculadas en tanto interpretación con los resultados del comportamiento. La teoría propuesta por Gibbs sobre las tres D (por sus siglas en inglés: Cognitive Distortions together with Delay in moral reasoning and Deficiencies in social skills; Distorsiones Cognitivas, Retraso en el razonamiento moral y deficiencia de habilidades sociales) constituiría las cogniciones sociales de los individuos antisociales (Gibbs, 2014).

Ante la disminución de la culpa, el aislamiento, la protección de la imagen de uno mismo, los comportamientos antisociales prevalecen, así como las distorsiones cognitivas auto-sirvientes (Barriga et al., 2000). Si estas imágenes que se pretende construir de forma positiva mediante manifestaciones egocéntricas (ser indispensable, el más inteligente, el que nunca se equivoca, aparentar roles de importancia sin tener las herramientas adecuadas para llevarlo a cabo, etc.) (Matsumoto, 2009) significan que los comportamientos antisociales son externalizantes con afectaciones negativas hacia las demás personas de forma directa o indirecta mediante las cuales se encuentran incumplimiento de normas, o actos agresivos (Barriga et al., 2001).

Las distorsiones pueden dividirse en dos ámbitos: distorsiones primarias que son la estructura de su acción y proceder, mediante las cuales se establece toda la relación de su nacimiento y, distorsiones secundarias, cuyo objetivo sería el apoyo y mantenimiento de las formas egocéntricas de la persona:

Distorsión primaria:

El elemento característico de esta categoría es que el individuo que agrede se percibe a sí mismo como una víctima, manifestando un nulo respeto de los demás sobre sí mismos en cuestión de sus derechos, además, visualiza a los otros como seres débiles (Sánchez, 2019) mediante los cuales se puede ejercer un control sobre de ellos y una manipulación de sus conductas, esto mediante la utilización de la agresión como objeto de superioridad, en donde el ego-vulnerable del agresor (Gibbs, 2010) interpreta que los demás desean humillarlo y no respetarlo. En esta categoría podemos encontrar un elemento cognitivo:

1.         Egocentrismo:

La orientación se da hacia sí mismo, tanto en expectativas propias, necesidades, deseos, opiniones, descartando la opinión y punto de vista de los otros. Se trata de una representación de impulsividad (Rojas, 2013), siendo intrascendental los pensamientos de los demás (Barriga y Gibbs, 1996), con un punto de superioridad de saber las cosas. Se percibe mediante la adopción de esta distorsión a los demás en inferioridad, ejerciendo una manipulación y control a través de la violencia generada, reproducida y sistematizada a través de la percepción de la falta de respeto de los demás y de sensación de amenaza, lo que facilitaría la justificación del uso de la violencia ante la percepción de amenaza o insulto.

Distorsiones secundarias:

En estas distorsiones el agresor implementa cogniciones como manera de protección a partir de las distorsiones primarias, generando un estrés psicológico (Rojas, 2013) mediante la focalización sobre malestares afectivos, empáticos, lo que recibirá el nombre de distorsiones cognitivas secundarias (Gibbs, 2010). En esta categoría podrían experimentarse dos tipos de estrés psicológicos: por una parte, un estrés afectivo que se refiere a un sentimiento de culpa basado en la empatía (Eisenberg, Fabes y Spinrad, 2006); por otro lado, un estrés cognitivo desarrollado a partir de la disonancia existente entre la imagen que se tiene de sí mismo y el hecho de dañar a los demás de forma injusta, es decir, un elemento de justificación mediante el cual se hace uso de la agresión a pesar de una imagen respetable que se pueda crear en el ámbito de la interacción social, a finde proteger su autoestima, de corte egocéntrica. De acuerdo con Barriga y Gibbs (1996) la clasificación de las distorsiones secundarias sería de la siguiente forma:

1.         Culpar a los demás:

Falsa atribución mediante justificaciones que permiten neutralizar interferencias afectivas en la consolidación de la conducta social (Gibbs, 2010). Se trata de la atribución de responsabilidad de los demás por el sufrimiento propio, tratando de evitar sensaciones y sentimientos referentes a debilidad o humillación.

2.         Minimización:

Se procede mediante una desacreditación o minimizando (Rojas, 2013) la acción de la victimización hacia el otro. Se mantiene como creación de una percepción sobre la conducta agresiva como no perjudicial (Gibbs, 2010). En ese sentido la conducta antisocial es percibida de forma minimizada respecto del daño hacia los demás, utilizando elementos despectivos sin tomarse la importancia necesaria hacia ese acto. De esta forma los daños hacia los demás son catalogados como actos con poca importancia, no perjudiciales u ofensivos (Sánchez, 2019) pese a que estos formen parte de un daño significativo para el otro. Bajo estas condiciones, la minimización puede construirse en el individuo mediante creencias que sus acciones agresivas contribuyen al servicio de la comunidad (Chambers et al. 2008).

3.         Asumir lo peor:

Se da mediante la percepción de un escenario inevitable, trágico, pero también con una visión negativa sobre sí mismo, desconfianza de las intenciones de los demás (Sánchez, 2019), además de resultados posibles en situaciones sociales (Barriga y Gibbs, 1996). Esta distorsión se caracteriza por la desconfianza de las intenciones de los demás y cualquier acto moral será innecesario (Irle, 2012). Bajo este estatuto, se incurre tanto en generalizaciones excesivas de los demás, pero también sobre sí mismo (Rojas, 2013).

Algunos ejemplos didácticos que nos pueden servir para el aprendizaje de cada una de ellas sería los siguientes:

Foto realizada por Daniel Sixtos Cruz

Y, sin embargo, no hablamos de sociópatas como únicas personas que puedan desarrollar este tipo de distorsiones. Se trata de una construcción a través de un grave problema social como es la desestructuración del bienestar individual, social y colectivo debido a la ruptura del sentido de pertenencia, de identidad social como una suerte de fatalismo ante el escenario social de violencia permanente. En ella, la estructuración de la dinámica familiar enmarca que su proceder encuentra un camino más peligro y de graves consecuencias pues lo que se reproduce en las familias son connotaciones agresivas empalmadas por una ideología de violencia, una memoria colectiva destacada por la agresión, inseguridad y que combinando todos estos elementos tiene un único fin la desestructuración de herramientas adecuadas para contrarrestar una problemática social tan importante en el tejido mexicano.

Sin lugar a dudas las distorsiones cognitivas auto-sirvientes no se remiten a su condición individual exclusivamente, sino que, l aquí relatado se enmarca dentro de su génesis que nos permitiría comprender a mayores detalles como se configuran en las personas.  Pero su verdadero valor se da en la interacción en los demás y en su consecuencia dentro de la participación de las personas en temas relacionados con su comunidad. In duda alguna, los procesos de violencia requieren como nunca un ejercicio de interdisciplinariedad que permitan encontrar estrategias alternativas y funcionales en el desarrollo de mejores condiciones de vida, de bienestar y en el desarrollo de habilidades sociales en el fomento de la disminución de la violencia.

Pero de eso hablaremos más adelante. Por ahora nos encontraremos en la tercera parte de esta entrada: maltrato en la infancia.

REFERENCIAS

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